El laberinto de las sombras
Sumérgete en una pesadilla donde la línea entre el mundo virtual y la realidad se desdibuja hasta límites aterradores. ¿Qué sucede cuando la inmersión en tu videojuego favorito de Final Fantasy se convierte en una experiencia escalofriante e inexplicable? Nuestro protagonista lo descubrirá de la peor manera.
RELATOS
PIXEL CONSCIENTES
4/12/20252 min read


Rubén, absorto en el mundo de FFX, su refugio predilecto, buscaba consuelo en la fantasía. Soñaba con la fuerza de Auron, la determinación de Tidus y el amor puro de Yuna, intentando escapar de la gris realidad que lo aprisionaba. El juego, irónicamente, había sido su salvación, un bálsamo para su alma herida por la depresión.
Una tarde, mientras caminaba por una callejuela sombría, un sonido familiar le erizó la piel: el kweh de un chocobo. La incredulidad lo invadió. Al acercarse, el callejón estaba desierto, salvo por una pluma dorada que yacía en el suelo. La recogió, un escalofrío recorriéndole la espalda, y se la llevó a casa.
Esa noche, los sueños de Rubén se tornaron pesadillas retorcidas, ecos distorsionados de FFX. La pluma, ahora negra como el carbón, parecía palpitar con una vida siniestra. Un sonido chirriante, el eco de un cactilio, resonó en su mente, despertando una alarma primigenia.
Un instinto oscuro lo guió hacia el salón, donde sus plantas reposaban. Un cactus, de un verde antinatural, parecía moverse con una respiración pausada. Al tocarlo, una espina se clavó en su dedo, y la sangre brotó, oscura y espesa. Al buscar papel para limpiarse, sus ojos se posaron en la caja de FFX, posada sobre la mesa. Un miedo frío le heló la sangre, pero una fuerza invisible lo impulsó a encender la consola.
La pantalla se iluminó, mostrando una única partida guardada, un archivo corrupto que reemplazaba sus incontables horas de juego. El personaje apareció en un laberinto oscuro y retorcido, un lugar desconocido y ominoso. Al girar la cámara, Rubén se horrorizó al descubrir que su avatar no tenía rostro, un vacío negro donde deberían estar sus ojos.
Apagó la consola de golpe, pero la imagen persistió, impertérrita. Una voz susurrante, nacida de la nada, le advirtió que no se moviera. El miedo se apoderó de él, paralizándolo.
A medida que avanzaba por el laberinto, la melodía oscura se intensificaba, resonando en sus huesos. La pantalla se tiñó de un carmesí profundo, como si la sangre brotara de las sombras. Al llegar al final del laberinto, una risa gutural y helada resonó en la oscuridad. Rubén, temblando de terror, escudriñó la habitación, pero no encontró nada.
De repente, la consola se apagó y volvió a encenderse, mostrando el juego en su estado normal. Rubén, aliviado, se levantó y se dirigió al baño, pensando que todo había sido un sueño febril. Pero un dolor agudo y punzante lo atravesó, y cayó al suelo, la oscuridad envolviéndolo.
Despertó en el laberinto, la oscuridad y el miedo oprimiéndolo. Corrió, pero el laberinto no tenía fin. La soledad y el terror se intensificaron, la realización de que quizás nunca escaparía lo consumió. La fantasía se había convertido en su propia pesadilla, su propia tumba.
Rubén se convirtió en uno de esos desaparecidos, una leyenda urbana susurrada en la oscuridad. Se dice que si alguien logra arrastrar a otra alma al laberinto, puede escapar. Pero es una mentira cruel. El salvador se convierte en un prisionero más, un personaje secundario en un juego macabro, condenado a vagar por la eternidad en un laberinto de sombra, tristemente se convirtió en su fantasía final.